... y las cicatrices de la soledad.

No voy a esconder el rabo entre las patas, no voy a agachar la cabeza como si fuera sumisa a alguien. Es más, lo pienso y lo pienso, y no me arrepiento de haberte dicho lo que te dije. Y se que tú, muy en el fondo, tampoco lo haces. Me sentía culpable, de haber hecho algo que no quisieras. Sabías desde el principio que nunca he sido perfecta, que he cometido más errores que nunca con nadie, pero quiero que intentes comprenderme. No tenía ganas ni de escribirlo, por si a caso te daba por entrar a algún lugar y lo leías. Pero ya que no tengo noticias de ti, me arriesgo a decirte que en ese momento no pude ser cínica, no pude evitar llorar, no pude… no puedo hacer tantas cosas… pero la verdad es que cuando estoy junto a ti, creo que puedo. Con mis problemas de ahora, con mis ilusiones, y con todo lo que venga mañana. Aunque tu sonrisa deje de iluminarme una semana entera, seguirás siendo parte de mi vida. Eres la única persona a la cual no me canso de esperar, y creo que, para eso, no necesito darle explicaciones a nadie. Lo siento, de verdad lo siento. Y te vuelvo a dar las gracias por todo, incluso sin ya esperar contestación. Sigue siendo cierto que solo hay una cosa que me ilusione en estos momentos… tu respuesta… tu respuesta fue fulminante, me dio justo en el centro del corazón, o del alma, como quieras llamarlo, donde más duele. Y se que no fui justa contigo en ese momento, por mi forma de expresarme, por mi forma de decirte lo que me pasaba en esos momentos por la cabeza… también es cierto, totalmente, que no me salían las palabras. Me costó tanto decirte que no le dieras más vueltas al asunto… y cada vez que lo intentaba, las lágrimas volvían a inundar mis ojos. Es extraño, aún así, escribiéndolo, no me siento mejor.